En Brasil la llaman "barata", "baratinha", en el mejor de los casos... ésta era una barata no tan económica, más bien extra large. La encontré a la mañana en mi cocina, casi no la noto de lo rápido que se trasladaba, pero el destino quería que nos encontrásemos. No había lugar para las dos en la cocina. Mi primera reacción fue la no reacción, pensé en esa novela de Clarice donde la narración se produce durante el tiempo en que una cucaracha agoniza (no la leí pero esa idea me pareció zarpada y dada la experiencia que acá relato, debería hacerlo). Con taquicardia y manos temblorosas empecé a darle escobazos (pisarla no era una opción). La muy puta resistía todos mis embates, escapaba y se quedaba haciendo tiempo debajo del sillón, esperando que su suerte cambie. Afortunadamente yo estaba decidida a eliminarla, de lo contrario hubiera tenido que dejar mi casa y volver a la de mis padres con la derrota a cuestas. Estábamos solas en un universo propio, como tal vez sus antepasados habían estado frente a frente con dinosaurios y demás bichos prehistóricos (siempre tan resistentes las guachas). El espíritu de un brontosaurio vino a mí y terminé de aplastarla, tenía que morir ahora porque la escoba se estaba desarmando de tanto golpe poco certero. Logré ponerla patas arriba y previendo resurrecciones no deseadas la bañé con el agua hirviendo que quedaba en la pava. Con guantes de goma y un asco terrible la encerré en una bolsita de coto, que a su vez puse dentro de otra bolsa, ya que mis nervios no hubiesen tolerado una nueva resurrección (me la imaginaba levantando la tapa del tacho de basura y asomándose como si nada)y me quedé parada, sin saber cuál era el próximo paso: había matado y me había deshecho del cuerpo, lo peor ya había pasado.
M. M.